De qué hablamos cuando gritamos #NiUnaMenos

Viernes 3 de junio, 20:30 horas. Es el anochecer del día más frío y largo de mi año. Llego a mi casa después de una jornada de trabajo, un turno con la dentista y un paso fugaz por la marcha. Estoy cansada, pero igual voy a comer con amigos. Mientras me cambio, escucho el audio que dejó una amiga de la secundaria en un grupo de Whatsapp que compartimos:

Che, ¿qué onda que están con todo esto de ni una menos? Yo nunca voy a esas marchas porque me parece que es una pelotudez hablar de que solamente las mujeres son víctimas de maltrato masculino. Si bien es cierto que estadísticamente es más probable que los hombres maltraten a las mujeres, yo creo que muchos hombres no deben denunciar porque les da vergüenza, porque los estigmatizan por ser maltratados. Hay muchísimos tipos maltratados y asesinados por sus mujeres que no salen a la luz y me parece que tendría que ser “ni una persona menos”, no una mujer nomás.”

Pienso un momento si responder o no, mientras me pongo unas medias abrigadas. Decido no hacerlo, estoy apurada. Pero mi amiga manda otro mensaje a continuación de su audio demandando específicamente mi opinión: de las cinco personas que integramos este grupo de Whatsapp, yo vengo a ser la feminista designada.

Grabo y envío mi respuesta camino a la parada del colectivo. Explico que de lo que se trata #NiUnaMenos no es de acusar a los hombres. Que hay tipos de violencia que afectan específicamente a las mujeres por el hecho de ser mujeres: la industria de la trata de personas genera ganancias por 32.000 millones de dólares anuales en el mundo, y según la Organización Mundial de la Salud, una de cada tres mujeres experimenta violencia física o sexual por parte de su pareja. Alego que el machismo atraviesa la sociedad y sus instituciones, y que la marcha sirve para mostrar esas injusticias, visibilizarlas para que nos hagamos cargo de no seguir reproduciéndolas.

Y entonces se desata la avalancha. Mi trayecto en colectivo de unas treinta o cuarenta cuadras, que pensaba llenar escuchando el nuevo EP de los Strokes, se hace corto gracias al debate del grupo. Y en forma análoga a mi uso del transporte público, no me voy a bajar hasta no llegar a destino, sin importar lo cansada que esté ni las ganas que tenga de estar escuchando Future Present Past. Me digo a mí misma que esto me pasa por juntarme con personas tan distintas a mí. Pero, pensándolo mejor, creo que la cosa es exactamente al revés.

Cuando empecé la facultad, hace cinco años, mi círculo de personas cercanas cambió. Por fin estaba en un ambiente donde la mayoría de la gente pensaba más o menos como yo, y encontrar esta validación de mis ideas políticas fue una experiencia transformadora. Pero ahora, esta burbuja cotidiana me juega en contra. Doy por sentado que nadie puede no adherir a las consignas de la marcha Ni Una Menos, lo cual no tiene sentido. Si todos adhiriésemos, no haría falta marchar.

Entonces, hoy escribo esto. No porque crea ingenuamente que puedo hacer cambiar de opinión a alguien que tiene sus ideas tan arraigadas como yo tengo las mías; pienso que mi deuda pasa por otro lado. La conversación de esa noche fue una encarnación de la célebre teoría del agenda setting que estudiamos en comunicación social. Contra gran pronóstico, las mujeres que organizaron el hashtag NiUnaMenos lograron instalar el tema de la violencia de género en la agenda mediática, aún si es efímeramente, aún cuando Tinelli twittee el hashtag para luego proceder con su programa como si nada.

Ahora propongo profundizar ese debate que viene apareciendo. Para eso, tomé nota de algunos argumentos en contra del #NiUnaMenos que escuché y los respondí según mi opinión personal, de modo de continuar la conversación:

Tenemos que dejar de decir que los hombres nos maltratan y hacen lo que quieren con nosotras porque hoy en día las mujeres, al menos en nuestro país, tenemos muchísima participación. En Pakistán sí hay violencia de género. Mirá la historia de Malala. Los talibanes tiran bombas en las escuelas porque no quieren que las mujeres aprendan.”

He leído sobre Malala, pero no conozco la historia ni la coyuntura actual de Pakistán. Sí creo que probablemente tengamos una visión simplista y estereotipada de muchas realidades complejas de los países musulmanes.

De todos modos, siguiendo esta lógica, no luchemos nunca por ninguna causa, porque siempre habrá alguien que va a estar peor. No exijamos el fin del maltrato animal en Argentina, si en Canadá golpean focas. No veo por qué conformarnos con lo que hay, cuando todavía nos falta una educación sexual que nos enseñe que existe la no-heterosexualidad, nos falta desbaratar las redes de trata, nos falta que las mujeres trans tengan opciones laborales aparte de la prostitución, nos falta poder decidir sobre cómo parir, y nos falta que no nos apoyen en los colectivos.

La maldad y la locura la pueden tener tanto un hombre como una mujer. Los genitales no definen todos esos aspectos en una persona. Hay tipos violentos, pero hay minas hijas de puta.”

El problema con estos argumentos es que la violencia de género no es una patología de alguien en particular que es violento o violenta. Existe un sistema entero instituido en el machismo, que atraviesa todos los aspectos de nuestra vida: las leyes, los valores, las artes, la profesión que elegimos y la forma de relacionarnos con los demás. En nuestra infancia, por ejemplo, nos proponían productos, juegos y colores diferenciados según nuestro género. Así fuimos construyendo nuestra identidad. Cuando éramos adolescentes, aprendimos que tener relaciones sexuales nos convertía en putas. Al mismo tiempo, los varones aprendieron que no hacerlo era vergonzoso.

Un tipo no le pega a una mujer en el vacío, esos hechos ocurren en un contexto, un lugar y una época, con todo lo que eso implica. Decir que la violencia no tiene nada que ver con el género es ignorar ese contexto. Es como decir que las personas en situación de calle no tienen nada que ver con el sistema capitalista.

Mis tíos se divorciaron y ahora ella no le deja ver a los chicos. Las leyes siempre benefician a la mujer en el tema de los hijos.”

Estos casos familiares los deciden jueces que pueden tener (y de hecho tienen) prejuicios. Es común que se asuma que la mujer es más capaz de hacerse cargo de los hijos que el varón, y eso es una concepción machista de la familia. El tema es complejo y hay que tener en cuenta que no todas las familias están formadas por una mamá y un papá.

A mí nunca me trataron mal/diferente por ser mujer”

Me acuerdo que la persona que me dijo esto me contó en 2006, cuando teníamos doce años, que el barrendero de su cuadra le chiflaba y le decía piropos que la incomodaban y le daban miedo. Aparte de esta experiencia, ya hablé de cómo se nos trata de forma distinta desde el momento en que nos regalan una muñeca en vez de una pistola de juguete.

Pero aún si la realidad fuera como ella dice, creo que también es importante solidarizarnos con quienes sí vivieron situaciones de discriminación o de violencia. Las más afectadas suelen ser las mujeres más pobres y las trans, y me parece que no marchar a su lado es perpetuar su marginalización.

Estamos todos de acuerdo en que está mal el maltrato, no sé a quién quieren convencer con la marcha.”

Hay que ver hasta qué punto estamos todos de acuerdo. Hace poco, en Tucumán, condenaron a Belén a ocho años de prisión por haber tenido un aborto espontáneo. Ella ni siquiera sabía que estaba embarazada. En lo discursivo, probablemente podamos encontrar consenso sobre el hecho de que es inmoral maltratar a otro ser humano. Y sin embargo, la cantidad de femicidios se dispara cada vez que se hacen marchas y encuentros de mujeres.

No marchamos para convencer a nadie de nada, porque a las personas no se las convence, a menos que ellas ya estén dispuestas a dejarse convencer (Paul Lázarsfeld lo dice, no yo). Sí entendemos que si provocamos un fenómeno masivo como el #NiUnaMenos podemos hacer que se empiece a hablar de estos temas por los que luchamos. Que se hable de violencia de género en las mesas de las casas y en los grupos de Whatsapp es un logro de la marcha, y no es poco. Es prender una linterna en un cuarto a oscuras. Es abrir una ventana.

***

Este año, a la consigna “Ni una menos” se suman “Vivas nos queremos” y “El Estado es responsable”. Ya no se trata solamente del reclamo de las sobrevivientes, las víctimas y sus familias. Hoy gritamos que queremos vivir, que tenemos proyectos, ideas, sueños. Hoy dejamos claro que somos personas, y que es responsabilidad del Estado garantizar que nuestros derechos se respeten.

Laura

No me digan «feliz día»

Cada 30 horas una mujer es asesinada en Argentina. ¿Todavía te parece que el Día de la Mujer es una fecha para celebrar? ¿O para regalos? Retrocedamos un poco.
El 25 de marzo de 1911 un grupo de más de cien trabajadoras de una fábrica textil de Nueva York murieron durante el incendio de la planta. Las asalariadas se habían encerrado en el edificio exigiendo mejores condiciones laborales y no pudieron evacuar las instalaciones porque los responsables de la fábrica habían cerrado todas las puertas de las escaleras y salidas, una práctica común para evitar y reprimir movimientos obreros. Este suceso fue uno de los determinantes en la resolución de conmemorar el Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo, que se oficializó en 1914 en algunos países de Europa y se expandió al resto del mundo en el primer cuarto del siglo XX. Como será fácil advertir, esta fecha no nace como celebración de aquello que la cultura ha dado en considerar “femenino”, sino que surge en un contexto de luchas y búsqueda de reivindicaciones por parte de una gran porción de la población que es vulnerada.
Hoy en día el mundo es un lugar muy distinto al que era a principios del 1900, y nada podría ser más natural que esta diferencia: un siglo ha transcurrido y el tiempo no pasa en vano. Quizás sea por eso que muchas personas consideran que las desigualdades entre hombres y mujeres son cosa del pasado y que el machismo ya no existe; aquellas personas vuelvan a leer la primera frase de este texto y luego estaremos en condiciones de dialogar.
La significación que reviste esta cifra de femicidios excede ampliamente los límites de una breve entrada en un blog: 295 mujeres fueron asesinadas en Argentina en 2013. Un aspecto interesante a analizar en este contexto es la forma en que los medios tratan esta información. El portal web de la agencia de noticias Télam publica la noticia usando como titular la frase que yo tomé prestada para iniciar este texto. A continuación del título, ubica esta bajada:
«Un informe de La Casa del Encuentro reveló que en 2013 se produjeron 295 femicidios, la mayoría de ellos cometidos por parejas o ex parejas de las mujeres en las casas de las víctimas, un crimen que dejó huérfanos a 405 niñas y niños.»
El enunciado hace hincapié en la cuestión familiar, en el número de niños que se quedaron sin mamá debido a los femicidios. Porque, claro, la cantidad de hijos es un indicador clave del valor de la vida de una mujer y por lo tanto, su muerte sólo pesa tanto como los huérfanos que ésta deje. Ahora bien, no estoy diciendo que la situación de esos chicos no sea preocupante ni mucho menos intento menospreciar el dolor que ellos han de sentir. Pero si los niños que se quedan sin mamá por causa de un femicidio son importantes, no lo son en mayor medida que las mujeres que se quedan literalmente sin vida por este motivo. Esta equiparación de la femineidad con la maternidad sin duda es una prueba de que el sexismo persiste en el siglo XXI: en las estadísticas de homicidios masculinos no se suele dar tanta importancia a la familia de la víctima.

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Pero lo más alarmante de esta cifra de femicidios es que ni siquiera alcanza a reflejar el problema de la violencia de género en su totalidad. Cuando la sociedad en su conjunto concibe (de manera consciente o no) a la mujer como un objeto, un mero instrumento para llegar a determinados fines, que puede ser intercambiado por otros objetos de toda índole, se desencadenan consecuencias atroces que van desde la violencia mediática y el acoso en la vía pública hasta las violaciones, estas 295 muertes y la trata de personas.
En definitiva, son problemáticas como los femicidios las que gestaron el Día de la Mujer. No quiero decir con esto que debamos tomarlo como una fecha de luto y tragedia, sino todo lo contrario. Es deber de todos (mujeres y hombres) luchar para que este tipo de tragedias dejen de suceder. ¿Cómo hacerlo? Empezar a tomar conciencia acerca de las cuestiones de género es un paso importante, pero no sirve si es el único que se da. Es asimismo fundamental que nos solidaricemos con estas luchas asistiendo a actos, marchas, debates por el Día de la Mujer (ahora me toca reconocer que hace casi un año que no voy a una marcha; la última fue el Día de la Memoria de 2013), en lugar de ir al Shopping a hacer compras con un descuento especial por nuestro día. No tiene nada de malo querer aprovechar un precio rebajado, pero recordemos que los verdaderos descuentos en realidad sólo se hacen cuando quedan productos viejos en stock de los que hay que deshacerse. Lo que hay en estas fechas comercializadas no es más que el truco de colocarle a un producto un precio más caro tachado para fingir el descuento (lo he comprobado en negocios de ropa y zapatos de Rosario).

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Hay que tener en cuenta también que comprometerse con esta causa no debería implicar un prejuicio sobre aquellas personas que no hagan lo mismo. Esto es particularmente difícil de lograr, pero nadie puede juzgar a nadie por comprar algo con descuento, o por festejar el día con amigas, o por aceptar un “feliz día” sin dar un discurso sobre las luchas del género femenino. Éste es también el día de esas mujeres, y pueden hacer con él lo que tengan ganas. Pero si somos plenamente conscientes de lo que realmente representa esta fecha, es menos probable que nos den ganas de festejar y más probable, espero, que sintamos la necesidad de gritar “¡Basta!”, de ponerle un freno al sistema consumista que pretende acallar nuestros gritos con regalos, flores y felicitaciones vacías.
Como ya expresé, no puedo obligar a nadie a pensar como yo, pero sí espero que, después de leer ésto, las realidades que menciono te hablen por mí.
Laura