Es la educación pública, boludo

Luego de la mesa de negociación de COAD del lunes 18 de abril, donde el ministro Esteban Bullrich ofreció un aumento salarial del 15% en mayo y una nueva negociación para octubre, el gremio que agrupa a los docentes de la Universidad Nacional de Rosario decidió parar durante toda esta semana. La propuesta del gobierno nacional, con un incremento menor al 25% ofrecido inicialmente, deja clara la posición de este gobierno respecto de la educación pública: el mismo presidente ha dicho públicamente no estar de acuerdo con la apertura de nuevas universidades nacionales.

Durante la semana de paro se están realizando diversas actividades que acompañan la medida de fuerza, como clases públicas, movilizaciones y reuniones. En este marco, hoy asistí como estudiante de Licenciatura en Comunicación Social a una «No clase» en mi facultad, una asamblea con varios docentes y un par de estudiantes para discutir estrategias a futuro. Lo llamativo fue, desde mi punto de vista, la escasa concurrencia que tuvo este evento. ¿Dónde estaban todos esos compañeros que escucho quejarse de los paros y enojarse con los profesores porque «vamos a perder el año»?

Como alumnos, es común caer en la necedad de entender los paros únicamente en términos de cómo nos afectan a nosotros: perdemos clases y exámenes que son fundamentales para la obtención de nuestro título y, en definitiva, para nuestro futuro. Pero no podemos permanecer ciegos a la realidad de que lo que está en juego, en el fondo, no es simplemente una semana más o menos de clases, sino el futuro y la calidad de la educación pública. No se trata de estar atentos a la posibilidad de un paro para saber si tendremos que estudiar o no para un parcial, sino de entender que nosotros también somos parte de esta lucha. Las condiciones laborales de nuestros docentes no pueden no movilizarnos.

Pareciera que muchos compañeros estudiantes creen que van a la Universidad únicamente por su propia cuenta, como individuos ajenos a las políticas que se lo posibilitan. Existe una mentalidad capitalista que nos dice que aquello que logramos es fruto exclusivamente de nuestro propio esfuerzo, y hoy es crucial que sepamos que eso es mentira. Nadie hace nada solo y sostener una educación superior pública de calidad internacional es posible solamente mediante un esfuerzo colectivo de toda nuestra comunidad y del Estado. Cuando obtenemos un título de la Universidad Nacional de Rosario, lo hacemos gracias a las contribuciones impositivas de todos, gracias a la implementación de políticas como el medio boleto estudiantil y la doble banda horaria para cursar nuestras carreras, gracias al apoyo de nuestras familias, y también gracias a los docentes que nos preparan.

Si no logramos visualizarnos a nosotros mismos como miembros de nuestra propia comunidad y agentes comprometidos, nuestra formación como profesionales estará incompleta, y es en este sentido que la lucha docente es también una forma de ejercer la enseñanza.

Laura

Hacer escuela

Si se le pregunta a cualquier persona de cualquier edad, difícilmente alguien diga que no le gusta aprender.

No hablo de aprender para obtener una calificación determinada en un examen, ni de aprender para después poder acceder a un trabajo bien remunerado. Tampoco hablo de aprender porque ese conocimiento va a ser útil o necesario en alguna instancia futura de la vida.

Me refiero a aprender para saber. Aprender porque es una de esas actividades que nos hacen sentir (no entender racionalmente, sino sentir en lo verdaderamente profundo del alma) que estamos vivos. Aprender porque en ese acto se rasca la picazón insaciable de la curiosidad.

Recuerdo vívidamente haber sentido todas esas cosas en el momento en que supe que hay otros planetas además de la Tierra, algunos de los cuales orbitan el mismo Sol que nosotros. Sentí cómo se abrían puertas en lugares de mi mente donde hasta entonces sólo había habido muros y oscuridad. Lo sentí cuando aprendí a hacer un cálculo con regla de tres. También cuando aprendí cómo funcionan los órganos del sistema digestivo de un ser humano. Más recientemente, lo sentí cuando leí por primera vez a Marx y a Foucault. Puedo decir con bastante seguridad que seguiré experimentando esa mezcla de asombro y excitación hasta el momento mismo de mi muerte, cuando aprenda cómo es en realidad el fin de la vida de una persona.

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Pero, en todo este despliegue didáctico de sensaciones y emociones, hay cosas que no me cierran.

La escuela, por ejemplo. Cualquiera que me conozca aunque sea un poco sabe que soy la más tenaz crítica de esta institución que causó varios de los traumas de mi vida. La razón por la cual la escuela no me cierra es que no es el santuario del saber que dice ser: la cantidad de veces que sentí aquella emoción de aprender estando dentro del edificio escolar es casi nula. Lo que digo no puede sorprender a nadie que haya pasado sus reglamentarios doce años de vida encerrado entre cuatro paredes del aula de una escuela, el culo atornillado a una silla atornillada a un pupitre atornillado a una fila de pupitres; la mente atornillada al ventilador de aspas aletargadas que, si se cayera, provocaría la muerte de algunos compañeros.

La escuela en sí no está hecha para motivar al aprendizaje, ni mucho menos para cuidar, como el valioso tesoro que es, esa curiosidad con la que salen todos los niños de los vientres de sus madres. La escuela, al menos en mi experiencia personal, está hecha para disciplinar (¿mencioné a Foucault?). Y no es que esta función de la escuela tenga algo de intrínsecamente malo: es vital adquirir el hábito de la disciplina si uno pretende vivir en sociedad. Pero esta disciplina no es lo único que una persona necesita para formarse. También es imperioso poder pasar largas horas en ambientes que no estén iluminados con tubos fluorescentes, sino con la luz cósmica de esa estrella alrededor de la cual nuestro singular planetita insiste en girar. Poder dar y recibir abrazos. Poder estar solo y tranquilo para reflexionar.

Lo que la escuela no comprende es que una calificación no alcanza a reflejar ese proceso de creación de puertas mentales. Que el aprendizaje no es un medio para llegar a algún fin, sino que puede y debe ser un fin en sí mismo. Que aprender de memoria no es aprender, porque si no hay un componente emocional asociado al conocimiento, los datos se escurren del cerebro como granos de arena en un puño cerrado. Que los docentes también tienen que poder hacer autocrítica cuando algo no sale bien.

Ahora bien, no estoy diciendo que la escuela sea un monstruo incontrolable que arruina las vidas de la gente. Después de todo, soy hija de dos docentes y jamás me canso de repetirlo con orgullo, porque un docente es alguien que se dedica a entregar a sus alumnos herramientas y materiales para que ellos construyan sus propias puertas.

Lo que pasa, desde mi punto de vista, es que existe todo un sistema educativo malogrado que va más allá de los profesionales de la educación. Hay muchos casos donde se demuestra cómo este sistema falla en la transmisión de conocimientos básicos. Por ejemplo, es sabido que una abrumadora mayoría de los alumnos de escuela primaria tienen dificultades para aprender matemática. Una amiga que trabaja como voluntaria dando apoyo escolar en el barrio La Tablada corroboró que todos los chicos que van a buscar ese apoyo necesitan ayuda con esta asignatura. Yo adjudico esto a la complejidad lógica del lenguaje matemático, que requiere para su comprensión de un nivel de abstracción mayor que el lenguaje natural. Pero esta dificultad no es algo nuevo. Hace diez o doce años, cuando yo iba a la primaria, ya era notorio que a la mayoría de nosotros nos costaba mucho entender las fracciones. Eso quiere decir que la alarmante dificultad de los alumnos de escuela primaria para las matemáticas tiene ya más de una década, y el sistema educativo no parece haber invertido muchos recursos en revertir la situación. Si se sabe que hay un problema con la matemática, ¿por qué no cambiar el enfoque de la materia? ¿Por qué no hay más investigaciones destinadas a encontrar las causas de este asunto? Se sigue enseñando matemática de la misma forma que hace diez años y se obtienen resultados cada vez peores. Los docentes se frustran y reaccionan dando más tareas a los estudiantes, agregando tareas de vacaciones y obligándolos a estudiar como forma de castigo. Y ¿qué clase de resultados cabe esperar si se concibe el aprendizaje como un castigo?

Lo que estoy tratando de preguntar es: ¿por qué no se hacen verdaderas reformas integrales en el sistema educativo? La falta de retroalimentación acerca del funcionamiento del actual sistema es a lo que me refiero con “verdaderas reformas”.

En la Universidad, los profesores a menudo se quejan de que la escuela secundaria no nos prepara lo suficiente para la educación superior, pero lo suelen hacer a modo de reprimenda hacia nosotros. Nos dicen: “¿Vos qué aprendiste en la secundaria?”, pero no “¿A vos qué te enseñaron en la secundaria?” ni mucho menos “¿A vos cómo te enseñaron en la secundaria?”. A eso me refiero con reformas que sean integrales, porque los docentes también tienen que estar mejor capacitados para poder ayudarnos en la construcción de las puertas mentales.

Si hay perspectivas de que en el futuro nuestra sociedad pueda superar los problemas económicos y sociales que la aquejan desde hace un siglo, va a ser crucial que logremos elevarnos hacia un sentido crítico de nuestra realidad y de las relaciones de poder que están en la base de ella. Yo quiero una escuela donde los alumnos y los docentes asistan con ganas. Quiero una institución que fomente el debate y la participación ciudadana. Quiero una escuela que abra puertas.

Laura

Radiografía de la educación

En la última década y media se ha estado gestando un debate en torno a la educación en Argentina y en el mundo. La escuela como institución ya no satisface las demandas de una sociedad occidental que avanza a mayor velocidad que todo cambio en el sistema. “A pesar del empeño de los ministerios y de los docentes, lamentablemente la escuela sigue empleando estrategias que, en el mejor de los casos, provienen de hace 30 años”, afirma María Susana Flores, vicedirectora de la escuela primaria provincial Nº 1078 de Rosario.

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La escuela, empero, sigue siendo un espacio de socialización que, en principio, provee referentes adultos apropiados. La alfabetización y los conocimientos curriculares básicos se adquieren casi exclusivamente en la escuela. Es, ante todo, un lugar de estructuración del pensamiento y la personalidad.

Existe, paralelamente, toda una serie de espacios no curriculares, donde el sujeto puede formarse en toda clase de disciplinas. Estos constituyen la educación no formal, que abarca todo tipo de instancias educativas que se llevan a cabo fuera del marco institucional escolar.

Emerge de lo precedente una dicotomía entre dos perspectivas sobre la educación. De un lado, la educación formal, institucionalizada en la escuela, como lugar de construcción del conocimiento. Del otro, surge la alternativa de la educación no formal, concepto más flexible y heterogéneo.

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Aunque los enfoques conductistas y positivistas siguen sosteniendo que el modelo de la escuela tradicional es el adecuado para la formación de individuos que puedan adaptarse a la vida en sociedad, esta afirmación contrasta con los resultados que se observan en la realidad. La fuerte competitividad que fomenta el sistema educativo actual dificulta la transmisión de valores relacionados con la paz, el respeto y la vida en democracia. El régimen evaluativo actual consiste en la comparación de los aprendizajes del sujeto frente a una escala estandarizada. De este modo, la descripción del proceso de aprendizaje que llevan adelante los individuos se reduce a un número, la calificación. Esta situación genera conflictos a nivel emocional y cognitivo en los alumnos: el sistema distingue ganadores y perdedores. Se desestima la importancia de los estados afectivos en la experiencia educativa.

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Por su parte, la educación no formal brinda la posibilidad de trabajar por fuera de esta estructura de la competencia. Hay un trato de persona a persona entre el docente y el alumno, donde el vínculo afectivo es tenido en cuenta como un factor fundamental para el proceso de aprendizaje. En estos espacios, los alumnos no son evaluados con calificación, sino que son seguidos de cerca por docentes que se encargan de guiar el desarrollo de los ejes abordados. Además, la amplia variedad de modalidades (deportiva y artística, entre otras) que puede adoptar la educación no formal la constituyen como una herramienta clave para el crecimiento personal de los educandos. Las áreas más lúdicas favorecen la convivencia, la solidaridad y la tolerancia, mientras que otras relacionadas con lo cultural estimulan el interés de los alumnos en las artes y lo humanístico.

En segundo lugar, la educación no formal posee la ventaja de ser indudablemente más placentera. De acuerdo con la directora del espacio de educación no formal Kinder Club Ana Frank de Rosario, Mariela Lazo Fiorino, “el formato y los espacios donde se encuadra la educación formal dejan una parte afuera, que para mí es muy importante en la educación, y es el deseo, el bienestar, la comodidad. Y la educación no formal rompe con esa estructura de lo formal. Hay otra predisposición de parte de los chicos, pero también de parte de los docentes, porque se trabaja más relajado”. La escuela funciona por medio de estructuras rígidas que no siempre contemplan las necesidades y el bienestar de los actores involucrados. Si bien ciertas corrientes pedagógicas afirman que esta rigidez en la estructura es necesaria ya que contribuye a la regulación de la conducta a través de límites marcados, estos límites en la vida real no suelen ser eficaces. María Susana Flores señala que, muchas veces, los niños en la escuela intentan transgredir todo orden posible. Esta transgresión colectiva indica que las estructuras no aportan contención para la conducta de los individuos.

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Finalmente, los formatos mismos de la educación formal condicionan el proceso cognitivo del educando. La disposición tradicional del aula, donde los alumnos se sientan uno detrás de otro y el docente está frente a la clase en un escritorio (formación que no favorece al aprendizaje) permanece aun como la más frecuente. “La formación en ronda hoy en día parecería revolucionaria, y sin embargo es algo fácil de hacer y está comprobado que estimula a los chicos. Pero hay resistencia, porque seguimos viendo la escuela como era cuando nosotros éramos alumnos. Los chicos realmente aprenden haciendo, sin embargo los ceñimos a una carpeta, a una hoja de carpeta, a un libro y nos cuesta mucho sacarlos de ahí, a pesar de que hay muchísimas más herramientas que antes”, observa Flores. En este sentido, los espacios donde se llevan adelante actividades de educación no formal suelen contar con un formato más flexible.

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Resumiendo: en la actual coyuntura crítica de la educación formal, donde los alumnos no reciben estímulos eficaces y los maestros luchan contra una cultura que no valora el esfuerzo ni la dedicación al aprendizaje, la educación no formal juega un rol central en la formación de las nuevas generaciones. Pero ese rol no es remplazar a la escuela. La educación formal sigue cumpliendo una función organizadora del pensamiento y alfabetizadora. La importancia de la educación no formal radica en la complementariedad que permite con la institución escolar. Es imperioso que ambos espacios se complementen para lograr una formación íntegra, que tenga en cuenta, además del conocimiento curricular, el vínculo afectivo con el otro, el placer y la convivencia, en un contexto sociocultural en continuo cambio.