(Esta entrevista fue realizada en noviembre de 2013. Actualmente Marcelo está cumpliendo su sueño en alguna parte del continente).
Arrancó con viajes cortos, de 15 días en bicicleta. Hoy, con 35 años, Marcelo Álvarez, profesor de Educación Física rosarino, está por partir pedaleando rumbo a Alaska. Mientras me sirve un vaso de agua en el departamento casi vacío donde convive con sus dos bicicletas, el creador del sitio web ciclistaviajero.com cuenta cómo tomó la decisión de emprender su primer periplo en el año 2007: “Veía gente que estaba haciendo el largo de la Argentina, así empecé a ver que era posible hacer trayectos largos. Una vez que me recibí, decidí hacer Ushuaia-La Quiaca-Rosario y a partir de eso me di cuenta de que podía hacer cada vez un poquito más”. En algún punto de esa expedición por el país que le llevó 15 meses, Marcelo sintió que quería darle otra dimensión al viaje y para eso eligió un medio que le era propio: la educación. Visitó escuelas y bibliotecas de cinco provincias repartiendo audiolibros. Además, ideó el proyecto “Ciclista Viajero”, mediante el cual comparte sus vivencias en documentales que él mismo filma en las excursiones. Días antes de salir a su próxima aventura atravesando América, que le llevará tres años, este intrépido trotamundos se sienta a contarme su historia.
En tus travesías habrás tenido muchas experiencias. ¿Rescatás alguna en particular?
Hay un montón de anécdotas. Por ejemplo, una vez un camionero que me había pasado por al lado en su camión, trabajando, cuando almorzó, pidió un poco más de asado por si me volvía a encontrar más tarde. Esa noche, me alcanzó en la ruta, se me adelantó y frenó a cien metros, yo no entendía de qué se trataba. Bajó del camión y me hizo señas para que parara. Me dijo: “¿Querés comer?” y ahí me contó toda esta historia. Estas experiencias te muestran cómo es el mundo. Yo lo veo mucho más real así, que viendo las noticias, que muestran sólo las catástrofes.
La pedagogía y la bicicleta son tus pasiones. ¿Cómo se te ocurrió la posibilidad de unirlas?
Siempre me sentí conectado con los libros, entonces quise unir un medio físico y un fin cultural. Me fui asesorando sobre los audiolibros y me enteré de que las bibliotecas no los tenían, cuando yo creía que sí. En la primera donación que hice, en la escuela Louis Braille, de Palpalá, Jujuy, tenían cuatro cassettes grabados con cuentos, y yo llevé cien horas de narración grabadas. Las saqué de la web de una ONG, leerescuchando.net que es una red de gente que colabora leyendo y subiendo sus grabaciones. Yo me sumé a ellos difundiendo su trabajo y distribuyendo sus audiolibros en lugares donde no hay internet.
¿El Estado no se encarga de hacer llegar ese material a todo el país?
Hay un convenio de la CONABIP (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) a nivel nacional, por el cual debería haber audiolibros en las bibliotecas populares desde hace unos cuatro años, y no los hay. Mientras estaba armando el proyecto, viajé a Buenos Aires a hablar con la CONABIP y con el Ministerio Nacional de Educación, y no hubo respuesta en ninguno de los dos organismos. A nivel ministerial de cada provincia sí me lo reconocieron y me dieron apoyo: mi proyecto fue declarado de interés cultural y educativo por los ministerios de Jujuy, Salta, Formosa, Chaco y Santa Fe.
Filmás tus viajes a modo de documentales. ¿Qué es lo que deseás transmitir a través de ellos?
Hay un montón de pueblos donde viven sólo cinco familias a veces y en esos lugares se ven historias de gente que hace economía solidaria, historias nativas, actividades de cultura en zonas aisladas. Quiero mostrar esa realidad distinta y también mostrar que se puede. Yo veía a la gente que hacía esos viajes largos en bicicleta y me preguntaba si era posible, hasta que lo hice, así que espero que la experiencia no quede solo en mí, la idea es trascender y darlo a conocer.
¿Cómo te sentís viajando solo durante tanto tiempo? ¿Extrañás a tus seres queridos o te comunicás con ellos desde las rutas?
Todo junto, me comunico y extraño. Extraño porque los quiero, pero también sé que quiero esto, que lo elijo. No tiene sentido renunciar a este sueño para comer con mi familia todos los fines de semana. No quiere decir que no extrañe, pero en la balanza interna siempre es mucho más fuerte lo de viajar que lo de extrañar.
¿Preparás las rutas que vas a seguir con antelación, o improvisás sobre la marcha?
En vez de tener una línea fija, lo que tengo son puntos que voy uniendo: Buenos Aires, Montevideo, Cataratas, Asunción, Atacama. Pero no tiene mucho sentido hacer una ruta por Ecuador cuando me falta como un año para llegar.
¿Alguna vez te perdiste?
No (risas). Recién ahora empecé a viajar con GPS. En el viaje por Argentina usé un mapa de mi abuelo, del año 70, un libro del ACA viejísimo, y tienen todos las mismas rutas, no hay manera de perderse. Es más fácil perderte en tu ciudad, con las alturas de las calles, que en la ruta. Tenés el sol, la Cruz del Sur, es imposible perderse.
¿Dónde dormís cuando te encuentra la noche en medio de un viaje?
Hay algunas opciones, excepto hoteles. Una es la carpa, en medio del campo, lejos de la ruta, luego a veces me dan alojamiento espontáneo de gente del lugar. Ocasionalmente me regalo un hostel, de manera excepcional. También hay redes de alojamiento, donde te inscribís para recibir gente. Yo estoy inscripto para alojar gente en Rosario y ahora que viajo, les escribo a otros para que me alojen a mí.
¿Qué hacés cuando se te rompe alguna parte de la bicicleta?
Se repara. Yo voy con algunos repuestos, soy total mecánico de mi bicicleta. Si está muy rota, sólo si me impide pedalear, hago dedo hasta el próximo pueblo. Me pasó una sola vez. Se me habían roto las cubiertas y no tenía más repuestos. Tuve que hacer 15 kilómetros en una camioneta.
¿Alguna vez dudaste de tu capacidad de completar una expedición?
¡Sí! Por ejemplo, en el viaje por Argentina en 2007, nevó en Buenos Aires y yo estaba en una estación de servicio cerca de Bariloche, donde también nevaba y hacía muchísimo frío. Me senté a mirar en la televisión las noticias y fueron cuatro horas de reloj esperando que pasaran información de cómo iba a seguir el clima porque mi cuerpo ya no daba más, pero lo único que mostraban era la gente saltando en el Obelisco, festejando la nieve. País federal, si los hay (risas). En esa ocasión tuve principio de congelamiento, ya que llegué a pedalear con -15 grados y -28 de sensación térmica. Fue una prueba innecesaria, pero lo pude pasar. La temperatura iba bajando y yo iba pudiendo, hasta que llegó a ese límite. Decidí parar si bajaba un grado más, o había dos días más con la misma temperatura. Al final, esperé unos días y el -15 se convirtió en -11, después en -8, -5, que tampoco son condiciones fáciles, pero ya había pasado lo peor.
¿Qué sentís cuando completás un viaje?
Alegría (risas). En realidad, los viajes anteriores arrancaban en un lugar y terminaban en otro. Este viaje que emprendo ahora no tiene fin. La realidad es que me voy a vivir nómade. Ya vendí todo, mi propiedad es lo que está en la bicicleta. Cuando llegue a Alaska, si todo va bien y no me enamoro en el camino, me voy a Asia. La idea es completar la vuelta al mundo, mi sueño es recorrer todos los continentes.
