Cuando era chica
y caminaba
con mi padre
por la peatonal
San Martín
él señalaba una
construcción
abandonada y decía
«Esto antes era un cine»
y miraba
perplejo
los fósiles
de su tiempo un
tiempo de cines
sembrados
por toda Rosario un
tiempo de
yogures
más ácidos de
inviernos
más fríos de
céspedes
amarillos
miraba
hacia arriba en
busca de una
esencia
perdida en la
mudanza de
los años en
la traslación
terrestre no hay
alquimia posible
para
recrearla una
vez que
desaparecen
los cines
los videoclubes
los arcades
los cibercafés
es demasiado
tarde pero yo
había encontrado
una salida y
era no aferrarme
a nada a ningún
sabor a ningún
sitio vivir
para siempre
en el no lugar
de la juventud en
la ovulación permanente en
el plexo solar
del optimismo de
aliento fresco cabello
suave colores
vibrantes sin
embargo
no puedo
desentenderme
del efecto estético
de la juventud
renunciar
a su seducción
sin admitir
en ese acto la
complicidad
de mis poros
tersos mis
caderas
indoloras y
mis aguas dulces aún
así los alcances
de mis atributos
son limitados
Como es
limitado
el perfume dentro
de un frasco o el calor
de una sopa la
vida
se va extinguiendo
a la vuelta de
cada Cine en
el fondo de
cada yogur
si la guerra es
absurda
qué decir de la
paz el más
controlador
de los dispositivos
no queda
en esta cuadra
ningún cine
en esta arruga
ningún fósil
siquiera
de los cines pero
en vez de evocar
en vez
de buscar
en vez de seguir de largo hay
que reunir algunos
ladrillos
lijas
baldes
de pintura
y construir
para nosotros
sobre esta tumba
en calle
San Martín
un cine
nuevo.