Convertibles

«¿Sabes qué pasa, Pauli?», dice la Ju y se lleva el cigarrillo a los labios. Lo enciende y aspira entornando los ojos. Esta es todavía una época en la que se puede comprar cigarrillos sin dejar en ello la mayor parte del sueldo. Es, incluso, la época en que la Ju se compra Lucky convertibles y a veces, sin detenerse siquiera a pensar en el derroche que eso significa, se los fuma enteros sin presionar la cápsula mentolada. En esas ocasiones, la Ju me pasa su colilla al terminar el cigarro y yo, que no fumé ni una sola vez en mi vida, me deleito con el placer infantil de presionar el filtro con el índice y el pulgar, hasta que la cápsula revienta entre mis dedos con un sonido ahogado.
«¿Sabés qué pasa, Pauli?», repite la Ju exhalando una nube, y tras una pausa dramática se responde, gesticulando con el cigarrillo en la mano: «Pauli, hay dos tipos de personas en la vida. Las que son como Bianca y las que son como vos». Le da el punto final a la oración señalándome con los dos dedos que sostienen el cigarrillo. Yo intuyo para qué lado va el sermón y esquivo sus ojos. Fijo la vista en la botella que tengo en la mano y, solo por hacer algo que no sea mirarla a ella, le doy un trago.
Estamos tiradas en el piso de su nuevo departamento. Es martes a la tarde y todavía es la época en que ninguna de las dos trabaja. También es la época en que nos iniciamos en la cultura del alcohol, primero con pasitos tímidos de Frizzé y Gancia, y después con bebidas blancas que nos dejan vomitando en la vereda frente al boliche. Ahora estamos tomando Dr. Lemons, sólo que ya dejaron de ser Dr. Lemons hace algo de una hora, y ahora son botellas de Dr. Lemon con jugo Tang de naranja y ron.
La Ju no se detiene ante mi lenguaje corporal evasivo. «Mirala a Bianca. ¿Vos sabés con cuántos pibes estuvo Bianca?»
Esta es todavía la época en que tales datos nos interesan. Nos dan curiosidad. Es también la época en que yo todavía no le conté a nadie.
«Con seis pibes estuvo. ¿Y sabés por qué?» Esta vez la pregunta de la Ju no es retórica y ella me mira expectante.
«¿Por qué?», le sigo el juego.
«Y, porque ella», dice dibujando en el aire con su Lucky, «ella es más puta, ¿entendés? Eso es lo que vos tenés que hacer. A ver, vos cuando te gusta un pibe, ¿qué hacés?»
No llego a responder porque ella sigue, llevada por el hilo de su idea: «Vos tratás de hacerte la graciosa, la canchera. Y al final lo que te termina pasando, Pauli, es que vos quedás como que sos uno más de los pibes. ¿Me entendés?»
La Ju estira la mano en mi dirección y le paso el falso Dr. Lemon. Es septiembre y por la ventana entreabierta se cuela un aire que hace brillar la brasa naranja en la punta de su Lucky. «Entonces eso es lo que vos tenés que hacer», dice y remarca «eso» señalando en el aire con el índice y el mayor adosados al cigarrillo que se está por terminar. Deja caer la ceniza en otra botella de Dr. Lemon que está vacía.
«Tenés que ser más puta, Pau. Cuando ves a uno que te gusta, te tenés que acercar y agarrarlo del cuello y chapártelo. Y lo mirás bien a los ojos. Ahí cogés seguro, amiga», dice, con una media sonrisa conocedora. Le da un sorbo a la botella y traga.
Nos quedamos en silencio un momento, mirando por la ventana el movimiento de la calle. La Ju está recostada sobre un almohadón con la cara de John Lennon. Se incorpora y apaga el cigarrillo dándole golpecitos contra el borde de la botella vacía.
Me miro las manos, que tiemblan. Mi pecho es una pandereta. Mi saliva es noventa por ciento alcohol. Estoy aturdida. Me odio. Mi cuerpo sabe lo que voy a hacer antes de que piense en hacerlo.
«Tomá», me dice la Ju extendiéndome entre sus dedos la colilla para que yo presione la cápsula.
Observo su mano un instante y acerco la mía. Mis dedos rozan la colilla, la dejan caer, mis pulmones están de paro. La mano de la Ju está sobre la mía. Todo es una milésima. La tomo con fuerza y de un tirón acerco primero la muñeca, luego el brazo y finalmente el cuerpo entero de la Ju al mío. Sujeto su nuca. Aproximo mi boca a la suya.
La beso.

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