Fátima

Ayer empecé un taller de escritura creativa. Este es el ejercicio que hicimos en la primera clase: inventar una descripción de un/a compañero/a del taller. 

 

Cuando Fátima era chiquita, le dijeron que ella podía ser y hacer cualquier cosa que se propusiera, y eso la asustó, porque en realidad no sabía bien qué quería ser. La idea de ser algo le sonaba lejana, extraña. Cada vez que pensaba en el tema le daba ansiedad.

A Fátima le gusta cantar y bailar. Sus ojos felinos se encienden cuando escucha a Bowie, y de adolescente se había obsesionado con los Beatles. Creyó que ya lo había superado, pero el otro día fue a ver un documental sobre la banda y se le cayó alguna lágrima, del mismo modo en que se cae una moneda de un bolsillo para recordarle a uno que ha estado allí todo este tiempo. Y tal como haría con la moneda, Fátima dejó la lágrima rodar en vez de recogerla y guardársela de nuevo en el bolsillo.

Cuando Fátima dibuja o pinta, siente que es ella misma. Todavía no se le ocurrió soñar con ser tatuadora, aunque le gusta el arte que se lleva en la piel.

Si el mundo estuviera lleno de Fátimas, sería uno suave. Aterciopelado. Un mundo donde las personas les pedirían disculpas a las baldosas por tropezarse con ellas, pero después se arrepentirían.

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